Mouffe — Hegemonía en Gramsci ‣ Resumen de Ana Karen León

Chantal Mouffe, «Hegemonía e ideología en Gramsci» en Antonio Gramsci y la realidad colombiana, Bogotá, Foro Nacional, 1991, pp.167-227.
Resumen y síntesis de Ana Karen León Sánchez

Síntesis

El argumento central en el presente trabajo de Chantal Mouffe, se funda en mostrar que, en su concepción de hegemonía, Gramsci utiliza, en estado práctico, una problemática radicalmente anti-economicista de la ideología y que ésta constituye la verdadera condición de inteligibilidad de dicha concepción para que de esta manera se ponga en evidencia el aporte gramsciano a la teoría marxista de la ideología. Para ello, Mouffe presentará los problemas del economicismo: concebir a la superestructura solamente como un reflejo de la economía, y la idea de la naturaleza misma de la superestructura como determinación de las clases sociales; lo que evidenciará  el resultado que se ha tendido a identificar al reduccionismo con el epifenomenalismo.

La crítica que plantea Gramsci al economicismo, tiene de trasfondo histórico los movimientos socialistas, la Revolución Rusa y la práctica política de Lenin, que contribuyeron en desacreditar el pensamiento economicista de los marxistas tradicionales. Gramsci pone al descubierto la fuente de todos los errores: éstos procedían de la incomprensión de la naturaleza y el papel de la política y de la ideología como creadora de los sujetos: de esta manera, denota la importancia de la reforma intelectual y moral en el hecho de que la hegemonía de una clase fundamental consiste en la creación de una “voluntad colectiva” a través de la lucha ideológica.

Finalmente, Gramsci comprende que la burguesía también necesitaba asegurarse el apoyo popular y que la lucha política era mucho más compleja de lo que pensaban quienes obedecían a una perspectiva reduccionista, pues ella no consistía en un simple enfrentamiento entre clases antagónicas sino que suponía siempre complejas relaciones de fuerzas.


Hegemonía e Ideología en Gramsci


Durante largo tiempo la teoría de la ideología ha constituido una de las áreas más descuidadas en el análisis marxista. A primera vista la respuesta pareciera simple: todas las dificultades parecen originarse en el economicismo. Es claro que todas las formas de economicismo implican una ausencia de comprensión de la autonomía de la política y la ideología, esta definición genérica resulta insuficiente porque da lugar a dos posibles esferas  de ambigüedad: la primera, derivada de la noción de economía es ambigua y está lejos de presentar una intrínseca claridad; la segunda, resulta de la vaguedad que caracteriza al mecanismo por el cual se subordinan la política y la ideología a la economía. De este modo, se abre la posibilidad de existencia de formas complejas de economicismo, que no resultan fácil de detectar, puesto que a primera vista no se presentan como tales.

Economicismo e Ideología


La problemática economicista de la ideología ha presentados dos aspectos claramente distintos aunque íntimamente relacionados. El primero consiste en establecer un vínculo causal entre estructura y superestructura  y en concebir a esta última como un reflejo mecánico de la base económica. Por este camino se desemboca en una visión de las superestructuras ideológicas como epifenómenos que no juegan ningún papel en el proceso histórico. El segundo aspecto se refiere a la naturaleza propia de las superestructuras, dado que se les concibe como determinadas por la posición de los sujetos en las relaciones de producción, es decir, por las clases sociales.

Es importante entender las distintas formas en que estos dos aspectos se han combinado en la tradición marxista: a) Primera fase: la combinación de los dos aspectos, constituye la forma pura y clásica del economicismo; b) segunda fase: se aleja de la visión clásica, para disociar ambos aspectos; y c) tercera fase: se rompe con los dos aspectos del economicismo y se sientan las bases teóricas para una reinterpretación del materialismo histórico desde una perspectiva anti-economicista radical.

Una de las razones para distinguir entre estos tres momentos en la búsqueda de una comprensión del economicismo, es el resultado que se ha tenido al identificar al reduccionismo con el epifenomenalismo. Las interpretaciones marxistas “superestructurales” solo rompen parcialmente con el economicismo, porque únicamente rechazan la concepción epifenomenalista de la ideología pero retienen el reduccionismo de clase.

En el texto presente, Chantal Mouffe plantea y desarrolla una hipótesis que consiste en atribuirle a Antonio Gramsci el mérito de ser el primero en emprender una crítica completa y radical del economicismo. Por ello, para conjurar cualquier ambigüedad Mouffe comenzará por definir los principios fundamentales de la problemática anti-reduccionista.

Principios de una concepción no-reduccionista de la Ideología


1. La noción de lo concreto como sobredeterminación de contradicciones. Se acepta la concepción de Althusser, que privilegia la noción de coyuntura en el análisis de lo concreto y considera a cada coyuntura como una sobredeterminación de contradicciones, cada una de las cuales puede pensarse abstractamente. Esta es la base de una concepción no-reduccionista de lo político y lo ideológico. En la medida en que el reduccionismo se enraíza, precisamente, en la adopción por parte del marxismo de un modelo historicista de tipo hegeliano, lo que conduce a considerar todas las contradicciones como momentos en el desarrollo de una contradicción única: la contradicción de clase; esto, a su vez, conduce a atribuirles un carácter de clase a todos los elementos políticos e ideológicos.

El problema central del marxismo contemporáneo descansa en la elaboración de una teoría no-reduccionista de la ideología y de la política que, sin embargo, dé cuenta de la determinación en última instancia por la economía.

2. ¿Cómo se expresa esta necesidad de una concepción que sea a la vez marxista y no reduccionista, en el caso concreto de la teoría de la ideología?, es decir,  ¿cómo se combinan los principios de sobredeterminación y de determinación en última instancia por la economía? Siguiendo a Althusser, se entiende por ideología una práctica productora de sujetos. Entonces, en el caso de la sobredeterminación, el agente social no posee uno sino varios principios de terminación ideológica: es interpelado como miembro de un sexo, familia, clase social, etc., y vive estos distintos principios subjetivos o elementos ideológicos, que lo constituyen como sujeto. En una perspectiva reduccionista, cada uno de ellos tendría, necesariamente una connotación de clase. En este punto hay que recordar el segundo principio: la determinación en última instancia por la economía; esto equivale a decir determinación en última instancia por las clases sociales.

Se llega entonces al siguiente planteamiento: si los elementos ideológicos no expresan a las clases sociales, pero si en última instancia las clases determinan la ideología, se tendría que concluir que esta determinación sólo puede resultar del establecimiento de un principio articulador de dichos elementos ideológicos, principio que verdaderamente les confiere un carácter de clase. Esta afirmación trae consigo una serie de problemas no resueltos, y es precisamente este punto donde la elaboración de una concepción anti-reduccionista de la ideología permanece como una tarea abierta.

La preocupación fundamental de este ensayo es establecer hasta qué punto reconoció Gramsci estos problemas y el tipo de soluciones que propuso para los mismos. Mouffe tratará de mostrar cómo la concepción gramsciana de la hegemonía involucra la puesta en movimiento, en estado práctico, de una problemática anti-reduccionista de la ideología. Para Gramsci el economicismo no era un problema abstracto o académico sino que, por el contrario, estaba profundamente enraizado, en la práctica política de la Segunda Internacional.

La Segunda Internacional y el Economicismo


La concepción de la Segunda Internacional acerca del colapso del capitalismo se basaba en una interpretación del pensamiento de Marx según la cual la revolución proletaria era la consecuencia necesaria e inevitable del desarrollo de las contradicciones económicas del modo de producción capitalista. La ideología no tenía ninguna autonomía, ya que era una simple consecuencia de las condiciones económicas. Por otra parte, se identificaba a la conciencia socialista en la búsqueda de principio de identidad en la clase a la que pertenecían.  Se combinaban pues, las dos clases de economicismo.

Desde una concepción positivista de la ciencia, surgió el supuesto de que la validez de la teoría de Marx dependía de la confrontación empírica de las tres leyes de su análisis del modo de producción capitalista: la concentración, la sobreproducción y la proletarización crecientes. Estas leyes se cumplirían, lo que provocaría la revolución proletaria —teoría del colapso—  y esto reflejaría el carácter inevitable del socialismo.  Pero si el colapso era simplemente resultado del juego de fuerzas económicas, esto equivale a considerar que estas últimas contenían todos los elementos necesarios para explicar el proceso histórico. En consecuencia, los factores políticos e ideológicos se redujeron a meros epifenómenos, lo que constituye la segunda  característica del economicismo de Kautsky.

Varios puntos de esta concepción mecanicista entrarían en crisis a comienzos del siglo XX como resultado del fracaso de la predicción basada en la teoría del colapso del capitalismo. Por ello, Bernstein a diferencia de Kautsky, comprendió la importancia de que la lucha proletaria se extendiera al campo político e ideológico. Sin embargo, como identificaba la doctrina de Marx con la teoría de la catástrofe, su crítica al economicismo lo condujo a rechazar el marxismo y declararlo incapaz de entender el desarrollo histórico real. Pensaba él que atribuirle un papel activo a la ideología necesariamente entraba en contradicción con la teoría marxista de la historia.; además, reemplazó la visión marxista del socialismo científico por un enfoque —extremista y en confrontación con la objetividad que se había convertido en sinónimo de determinación mecánica— del socialismo como “ideal ético”, como aquel tipo de sociedad hacia la cual la humanidad debería dirigirse voluntariamente.

El Leninismo y sus consecuencias


Si reduccionismo y epifenomenalismo terminaron por ligarse íntimamente en el pensamiento de la Segunda Internacional, la experiencia histórica de la Revolución Rusa sentó las bases para la disolución de esta unidad. En primer lugar, la revolución no  triunfaba en el país europeo en donde menos se le esperaba, en total contradicción con la teoría según la cual la revolución resultaba del desarrollo mecánico de las fuerzas económicas. Era evidente que esta revolución había nacido de la coyuntura de la que, según el marxismo tradicional, jamás podría resultar una insurrección socialista. La consecuencia fue desacreditar un razonamiento político que vinculaba todo cambio histórico a la relación entre fuerzas productivas y relaciones de producción y también poner en cuestión los supuestos en que se basaba la concepción epifenomenalista. En segundo lugar, la práctica política de Lenin demostró ser una fuerza transformadora que hizo estallar los estrechos límites economicistas del pensamiento marxista occidental de comienzos del siglo.

Tres desarrollos resultaban posibles desde el nuevo punto de partida que el leninismo representaba. Uno de ellos consistía en ver en la revolución el producto de la irrupción de la conciencia y la voluntad en la historia, frente al fatalismo y al determinismo de las fuerzas económicas. Otra actitud posible consistía en intentar hacer compatibles la primacía de la conciencia y la autonomía del momento político, con una lógica objetiva de clase. La tercera actitud posible consistía en extraer todas las consecuencias teóricas que se derivaban de la práctica política de Lenin, lo que había de conducir a un cuestionamiento total y radical de todos los aspectos de la problemática economicista.

Antonio Gramsci durante su largo cautiverio, reflexionando sobre las causas de la derrota del movimiento obrero y la victoria del fascismo, puso al descubierto la fuente de todos los errores: éstos procedían de la incomprensión de la naturaleza y el papel de la política y de la ideología.

Gramsci y la Hegemonía


El concepto de Hegemonía apareció por primera vez en Gramsci en 1926, en Notas sobre Cuestión Meridional; sin embargo, en 1919 en un artículo titulado “Obreros y Campesinos”, insistía en el papel que los campesinos tenían que jugar en la revolución del proletariado. Pero fue en Notas sobre la Cuestión Meridional donde  planteó por primera vez el problema de esta alianza en términos de hegemonía —concepción leninista— y subrayó las condiciones políticas, morales e intelectuales necesarias para alcanzarla.

Desde el comienzo mismo de los Cuadernos de Prisión aparece la problemática de la hegemonía, pero con una importante innovación. Gramsci ya no la aplica solamente a la estrategia del proletariado sino que la utiliza para pensar en las prácticas de las clases dirigentes en general: “Una clase es dominante en dos sentidos, es decir, es dominante y dirigente. Dirige a las clases aliadas y domina a las clases opuestas”. Cuando Gramsci menciona la dirección de las clases aliadas se refiere, sin duda, a la hegemonía. Es importante resaltar la oposición entre las clases corporativas y hegemónicas  que apareciera en las Notas sobre la Cuestión Meridional, pero esta vez aplicada a la burguesía. Empezaba Gramsci a comprender que la burguesía también necesitaba asegurarse el apoyo popular y que la lucha política era mucho más compleja de lo que pensaban quienes obedecían a una perspectiva reduccionista, pues ella no consistía en un simple enfrentamiento entre clases antagónicas sino que suponía siempre complejas relaciones de fuerzas. Gramsci analiza las relaciones de fuerzas existentes en toda sociedad, estudia la transición de la etapa corporativa a la hegemónica. Empieza por distinguir tres niveles principales en las relaciones de fuerzas:
  1. La relación de fuerzas sociales ligadas a la estructura y que dependen del grado de desarrollo de las fuerzas materiales de producción.
  2. La relación de fuerzas políticas, es decir, el grado de conciencia y organización que existe dentro de los diferentes grupos sociales.
  3. La relación de fuerzas militares que, según Gramsci, es siempre el momento decisivo.

En sus análisis de los distintos momentos de la conciencia política, distingue otros tres niveles:
  1. El momento económico primitivo, en el cual se expresa la conciencia de los intereses profesionales de un grupo, pero todavía no sus intereses como clases social.
  2. El momento económico político, en el cual se expresa la conciencia de los intereses de clase, pero sólo a un nivel económico.
  3. El tercer momento es el de la Hegemonía, “en el cual se alcanza la conciencia del hecho de que los intereses corporativos, tanto en su desarrollo presente como en el futuro, rompen el marco corporativo de los grupos puramente económicos y pueden y deben convertirse en los intereses de otros grupos subordinados”. Según Gramsci, es aquí donde se sitúa el momento específicamente político y este se caracteriza por la lucha ideológica, que trata de establecer la unidad entre objetivos económicos, políticos, e intelectuales, “colocando todos los problemas alrededor de los cuales se libra la lucha, a nivel ‘universal’, no corporativo, estableciendo así la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados”.

La alianza de un grupo fundamental con otros, se logra a través de la ideología, cuando una ideología logra “extenderse sobre toda la sociedad determinando no sólo objetivos económicos y políticos unificados sino también una unidad intelectual y moral”.

A partir de esta concepción del término hegemonía, se pudo elaborar una definición tentativa de clase hegemónica: es la clase que ha podido articular a sus intereses los de otros grupos sociales, a través de la lucha ideológica. Esta concepción de hegemonía arroja consecuencias muy importantes en cuanto se refiere al enfoque de Gramsci sobre la naturaleza y el papel del Estado: “El grupo dominante en concreto está coordinado con los intereses generales de los grupos subordinados y la vida de Estado se ve como un proceso de formación y desarrollo continuo de un equilibrio inestable —en el plano jurídico— entre los intereses del grupo fundamental y de los grupos subordinados. Los intereses del grupo dominante prevalecen en este equilibrio, pero sólo hasta cierto punto, puesto que nunca pueden reducirse a intereses estrictamente corporatistas”.

Esto le permitió a Gramsci romper con la concepción economicista del Estado, considerándolo tan solo como el instrumento burocrático coercitivo de la clase dominante, y formular la noción de Estado integral, consistente en “dictadura + hegemonía”. Dicha ampliación del Estado opera en dos niveles:
  • Implica la expansión de la base social del Estado y las relaciones complejas entre éste, la clase hegemónica y su base de masas.
  • Implica también la ampliación de las funciones del Estado, puesto que la noción de Estado integral supone la incorporación del aparato de la hegemonía, es decir de la sociedad civil, al Estado.

Gramsci distingue dos métodos por los cuales una clase puede llegar a ser hegemónica. El primero es el transformismo, en el cual se articulan los intereses de los otros grupos en tal forma que se les neutralice, evitando así el desarrollo de sus reivindicaciones específicas.  El segundo, se trata de la hegemonía exitosa, es decir, hegemonía expansiva. Esta última debe fundarse en el consenso activo y directo, resultante de una genuina adopción de los intereses de las clases populares por parte de la clase hegemónica, que dé lugar a la creación de un auténtica “voluntad nacional-popular”.

Gramsci señala que sólo una clase fundamental —vale decir, una clase que ocupe uno de los dos polos en las relaciones de producción de un determinado modelo de producción—  puede llegar a ser hegemónica: “aunque la hegemonía es ético-política, también tiene que ser económica”. Condición que señala las limitaciones posibles de ciertas formas de hegemonía, por consiguiente la burguesía tarde o temprano reacciona contra las limitaciones de su hegemonía. En consecuencia, sólo la clase obrera, cuyos intereses coinciden con la eliminación de toda explotación puede llevar  buen término una hegemonía expansiva.

La hegemonía implica que todos los elementos de los grupos se funden en una “voluntad colectiva”, y es a través de la ideología como se forma esta voluntad, toda vez que su existencia misma depende de la creación de una unidad ideológica que servirá de “cemento”.

Finalmente, si queremos producir una definición adecuada de la concepción de hegemonía en Gramsci, que dé cuenta de su especificidad sin ignorar ninguna de sus potencialidades, es importante pensar cuál es el tipo de relación que vincula a estos componentes, es decir, el secreto de su unidad. Para ello habría que responder la siguiente interrogante: ¿cómo forjar una verdadera unidad ideológica entre diferentes grupos sociales, de modo que se unan en un solo sujeto político?

Hegemonía e Ideología


Para analizar la concepción de ideología que subyace en la problemática gramsciana de la hegemonía, se debe estudiar las notas sobre la necesidad de formar una nueva voluntad colectiva a través de la reforma intelectual y moral.

La problemática de la Ideología


Desde el comienzo Gramsci se coloca en un terreno enteramente distinto de quienes ven a la ideología como falsa conciencia o como un sistema de ideas que las reducen a meras apariencias carentes de toda eficacia. Gramsci formulará su propia definición de Ideología como “el terreno donde los hombres se mueven, adquieren conciencia de su posición y lucha”. Y agrega que la ideología debe ser como un campo de batalla, como una lucha continua, porque en los hombres la adquisición de conciencia a través de la ideología no se da como proceso individual sino siempre a través de la intermediación del terreno ideológico en donde dos “principios hegemónicos” se enfrentan.

Gramsci subraya que la ideología organiza la acción, ya que considera que en toda acción se manifiesta una visión del mundo y que ella puede expresarse en formas muy elaboradas y a un alto nivel de abstracción —la filosofía— o bien, en formas más simples como la manifestación del “sentido común”. Estas visiones del mundo nunca son hechos individuales sino la expresión de “la vida comunitaria de un bloque social”, razón por la cual Gramsci las llama “ideologías orgánicas”. Son ellas las que “organizan a las masas humanas” y sirven de principio informativo de todas las actividades individuales y colectivas, porque es a través de ellas como el hombre adquiere todas sus formas de conciencia. Lo anterior le permite a Gramsci trazar la siguiente ecuación: filosofía = ideología = política.

Gramsci intenta pensar el papel de la subjetividad no como una lectura hegeliana del marxismo (irrupción de la conciencia individual en la historia), más bien, no coloca a la conciencia como dada originalmente sino como efecto del sistema de relaciones ideológicas en el cual se inserta el individuo. Por lo tanto es la ideología la que crea a los sujetos y los mueve a actuar.

Gramsci resalta el papel de los intelectuales, como los sujetos en los que descansa la responsabilidad de elaborar y difundir las ideologías orgánicas, y el compromiso de llevar a cabo la reforma moral e intelectual, y subraya la importancia de la estructura material e institucional en la elaboración y difusión de la ideología. Esta estructura está conformada por distintos aparatos hegemónicos: las escuelas, las iglesias, medios de comunicación. A este conjunto de aparatos, Gramsci lo denomina estructura ideológica de una clase dominante y al nivel de la superestructura; donde la ideología se produce y se crea, lo llama sociedad civil. Esta es el conjunto de las instituciones “privadas” a través de las cuales se ejerce la hegemonía política y social de un grupo social”.

Una concepción no-reduccionista


Gramsci nunca presentó explícitamente la problemática anti-reduccionista, si bien esta existe, en la práctica, en su particular concepción de hegemonía. Recapitulando los tres principios que inspiran la problemática reduccionista de la ideología (todos los sujetos son sujetos de clase; las clases sociales tienen sus propias ideologías paradigmáticas, y todos los elementos ideológicos tiene una necesaria connotación de clase). El rompimiento que ejerce Gramsci es a partir de que no pueden identificarse a los sujetos de la acción política con las clases sociales. Como se ha visto, los primeros son “voluntades colectivas” que obedecen a leyes específicas puesto que son la expresión política de sistemas hegemónicos creados a través de la ideología. En consecuencia, los sujetos —las clases sociales— que existen en el nivel económico, no se duplican en el nivel político; a este nivel se crean, en cambio, diferentes sujetos: “inter-clases”. He aquí la transición del concepto de hegemonía, no como una simple alianza de clases sino como la creación de una unidad superior en donde se fusionan quienes pertenezcan al bloque hegemónico.

Aquí se tendrá que responder la interrogante que se formuló antes. Existen dos posibles soluciones a este problema. La primera, consiste en concebir esta unidad ideológica como la imposición de la ideología del grupo principal sobre los grupos aliados, aunque esta respuesta sería reducir el problema a un simple fenómenos de inculcación ideológica. La segunda solución —que es la que se encuentra en Gramsci— denota la importancia de la reforma intelectual y moral en el hecho de que la hegemonía de una clase fundamental consiste en la creación de una “voluntad colectiva” (sobre la base de una visión del mundo común que servirá de principio unificador) en donde se fusionen esta clase y sus aliados para formar un “hombre colectivo”. En consecuencia, la creación de una nueva hegemonía implica la transformación del terreno ideológico anterior y la creación de una nueva visión del mundo que le servirá de principio unificador a una nueva voluntad colectiva. Este es el proceso de transformación ideológica que Gramsci denomina “reforma intelectual y moral”.

Gramsci insiste además en que un sistema hegemónico debe haber democracia entre el grupo dirigente y los grupos dirigidos. Esto, desde luego, también es válido en el nivel ideológico e implica que esta visión unitaria del mundo que unifica al bloque hegemónico es realmente la expresión orgánica de todo el bloque. Esta visión del mundo incluye, pues, elementos ideológicos de origen variado pero su unidad deriva de su principio articulador y éste será siempre suministrado por la clase hegemónica. Gramsci lo denomina principio hegemónico, que para él implica un sistema de valores cuya realización depende del papel central que la clase fundamental juega al nivel de las relaciones de producción. En consecuencia, la dirección intelectual y moral que una clase fundamental ejerce en un sistema hegemónico consiste en suministrar el principio articulador de la visión unitaria del mundo, el sistema de valores al cual se articularán los elementos ideológicos procedentes de los otros grupos, para formar un sistema ideológico unificado, es decir, una ideología orgánica. Así, la lucha ideológica es un proceso de desarticulación-rearticulación de elementos ideológicos dados, en una lucha entre dos principios hegemónicos por apropiarse de dichos elementos; no consiste en el enfrentamiento entre dos visiones del mundo cerradas y ya elaboradas.

Hegemonía y guerra de posición


Una vez entendido el verdadero sentido de la hegemonía en Gramsci, todas las seudoincoherencias de su obra desaparecen. Se aclara el problema de saber por qué Gramsci utiliza su concepción indistintamente para designar las prácticas de la burguesía y las de la clase obrera. Además, la ampliación del término hegemonía, aplicable también a la burguesía porque entendía que el poder del Estado no se limitaba al poder de una sola clase y que la burguesía había logrado asegurarse una “base histórica”, un grupo de aliados gobernados por ella, a través de sus aparatos hegemónicos. En este sentido, había creado un “hombre-colectivo”, que funcionaba como sujeto político autónomo. De aquí concluye Gramsci que la lucha política no tiene lugar únicamente entre las dos clases antagónicas fundamentales, ya que los “sujetos políticos” no son clase sociales sino “voluntades colectivas” que abarcan un conjunto de grupos sociales fusionados alrededor de una clase fundamental.

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