Perry Anderson — Las antinomias de Gramsci, 3-4 ‣ Resumen de Eduardo Eguiarte

Anderson, Perry, “Comparación entre Oriente y Occidente” y “La estrategia de la guerra de posición” en Las antinomias de Antonio Gramsci. Estado y revolución en Occidente, Barcelona, Fontamara, 1981. Resumen y síntesis de Eduardo Eguiarte Ruelas


Síntesis


En estos capítulos, Perry Anderson alude a la dicotomía que plantea Antonio Gramsci entre Oriente y Occidente, señalando que su principal defecto fue quedarse en el esquema de una oposición entre «hegemonía» en Occidente y «dictadura» en Oriente. Así, Anderson indica que fue Amadeo Bordiga quien formuló el verdadero contraste entre Rusia y Europa: autocracia feudal contra democracia burguesa.

Tras la derrota del KPD en marzo de 1921, y debido a la falta de acuerdos entre los comunistas y los socialdemócratas, Gramsci propuso la creación de un frente único para ganar a las masas en Occidente. De igual manera, sugirió que la estrategia revolucionaria que se debía seguir era la «guerra de posición», pues la «guerra de maniobra» podía llevarlos a la derrota.

En este contexto, Anderson expone que lo pertinente habría sido concebir la estrategia de la guerra de posición como preparación para una guerra de maniobra decisiva contra la clase enemiga, en donde la primera atañería a la fase en que un partido revolucionario intenta ganar ideológicamente a las masas, antes de la fase en que las conducirá políticamente a la revuelta final.

Resumen


III. Comparación entre Oriente y Occidente


Gramsci definió el contraste entre Oriente y Occidente por la posición relativa ocupada por el Estado y la sociedad civil en cada uno de ellos. En Rusia, el Estado lo era «todo», mientras que la sociedad civil era «primitiva y gelatinosa». Por el contrario, en Europa occidental el Estado era simplemente una «trinchera avanzada», mientras que la sociedad civil era un «poderoso sistema de fortalezas y casamatas», cuyas complejas estructuras podían resistir las sísmicas crisis económicas y políticas del Estado.

Hacia finales de los años veinte, el problema del contraste entre Rusia y Occidente había desaparecido efectivamente del debate marxista. Gramsci fue el único entre los comunistas que persistió en considerar que la experiencia rusa no podía simplemente repetirse en Occidente y en intentar entender por qué.

Pero Gramsci nunca logró llegar finalmente a una explicación marxista adecuada de la distinción entre Oriente y Occidente. Todo su contraste entre Rusia y Europa occidental gira sobre la diferencia de la relación entre Estado y sociedad civil en las dos zonas: su premisa no analizada es que el Estado es el mismo tipo de objeto en ambas. Pero era esta suposición «natural» la que necesitaba precisamente ser puesta en cuestión.

El poder burgués en Occidente


Lenin siempre insistió expresamente en que el absolutismo ruso era un aparato estatal feudal. Pero nunca contrastó sistemática o adecuadamente los Estados parlamentarios de Occidente con el Estado autocrático en Oriente. Por otro lado, Gramsci era consciente de la novedad del Estado capitalista en Occidente, como un objeto para el análisis marxista y un enemigo para la estrategia marxista, y de la integridad de las instituciones representativas en su funcionamiento normal. Sin embargo, nunca percibió que el absolutismo en Rusia, con el cual lo contrastaba, era un Estado feudal.

Gramsci fue constantemente consciente del carácter gemelo del poder burgués en Occidente, pero nunca logró darle una formulación estable. Por lo tanto, todos sus pasajes sobre la distinción entre Oriente y Occidente adolecen del mismo defecto; su lógica última es siempre tender a retroceder al simple esquema de una oposición entre «hegemonía» (consentimiento) en Occidente y «dictadura» (coerción) en Oriente: parlamentarismo versus zarismo. La debilidad de la contraposición de Gramsci era su subestimación de la especificidad y estabilidad del aparato represivo del ejército y la policía, y su relación funcional con el aparato representativo de sufragio y parlamento dentro del Estado occidental.

La formulación de Bordiga


Extrañamente, no fue Gramsci sino su camarada y antagonista Amadeo Bordiga quien iba a formular la verdadera naturaleza de la distinción entre Oriente y Occidente. Él plantea sin ambigüedad la verdadera oposición entre Rusia y Occidente: autocracia feudal contra democracia burguesa. La precisión de la formulación de Bordiga le permitió captar el doble carácter esencial del Estado capitalista: era más fuerte que el estado zarista, porque descansaba no sólo en el consenso de las masas, sino también en un aparato represivo superior.

El aparato represivo de cualquier Estado capitalista moderno es superior al del zarismo por dos razones. En primer lugar, porque las formaciones sociales de Occidente están mucho más avanzadas industrialmente, y esta tecnología se refleja en el mismo aparato de violencia. En segundo lugar, porque las masas consienten típicamente este Estado con la creencia de que ellas lo gobiernan. Las claves para el poder del Estado capitalista en Occidente se basan en esta superioridad conjunta.


IV. La estrategia de la guerra de posición


¿Cuáles eran las lecciones de la morfología de la hegemonía capitalista para el movimiento de la clase obrera? ¿Cuál era el punto político esencial de todo el problema del Estado burgués para una estrategia occidental de la revolución proletaria? Gramsci, como teórico y militante, nunca separó las dos. Su solución para la clave del éxito en Occidente era la «guerra de posición».

«Teilaktionen»


En 1920-21, Thalheimer, Frohlich, Lukács y otros teorizaron «las acciones parciales» putschistas como una serie de ataques armados contra el estado burgués, limitadas en alcance, aunque constantes en tiempo. Así fue creada la famosa teoría de la «ofensiva revolucionaria». Puesto que la época era revolucionaria, la única estrategia correcta era la ofensiva, que debía ser preparada en una serie de golpes armados repetidos contra el Estado capitalista.

Lukács arguyó que las acciones parciales no eran tanto «medidas organizativas mediante las que el partido comunista podía tomar el poder del estado» como «iniciativas autónomas y activas del KPD para superar la crisis ideológica y el letargo menchevique del proletariado y la pausa del desarrollo revolucionario». Para Lukács las razones de las Teilaktionen no eran, pues, sus fines objetivos, sino su impacto subjetivo en la conciencia de la clase obrera.

El destino de estos pronunciamientos fue determinado rápidamente por la lección de los acontecimientos mismos. En marzo de 1921, el KPD lanzó su ostentosa ofensiva contra el gobierno del estado prusiano, cayendo en la trampa de un levantamiento mal preparado contra una ocupación policial preventiva de la zona Mansfeld-Merseburg.

No sólo no llegó a alcanzarse el objetivo del poder del Estado, sino que el impacto subjetivo en la clase obrera alemana y en el mismo KPD fue desastroso. Lejos de despertar al proletariado de su «letargo menchevique», la acción de marzo lo desmoralizó y desilusionó. Peor aún, a partir de entonces el KPD nunca volvió a ganarse enteramente la confianza de amplios sectores del proletariado alemán.

La corrección de Gramsci


La explícita equiparación de Gramsci de «frente único» con «guerra de posición» que de otro modo podría parecer confusa, ahora se hace inmediatamente clara. Porque el frente único fue precisamente la línea política adoptada por la Comintern después de que el Tercer Congreso mundial hubiese condenado la «teoría de la ofensiva» defendida por el KPD. El objetivo estratégico del frente único era ganar a las masas en Occidente para el marxismo revolucionario, mediante la organización paciente y la agitación hábil a favor de la unidad de acción de la clase obrera.

En aquel momento, desde luego, el mismo Gramsci  había rechazado obstinadamente el frente único en Italia, y de este modo había facilitado materialmente la victoria del fascismo, que pudo triunfar sobre una clase obrera completamente dividida. Así pues, la insistencia de Gramsci en el concepto de «frente único» en sus Cuadernos de la cárcel en los años treinta no representa una renovación de su pasado político: por el contrario, marca una ruptura retrospectiva consciente con él.

Frente único versus tercer período


En 1929, el famoso tercer periodo de la Comintern había empezado. Su premisa era la predicción de una crisis inmediata y catastrófica del capitalismo mundial. En estos años, la Internacional Comunista cayó en un furor ultraizquierdista que hizo que los participantes en la acción de marzo parecieran, en comparación, responsables y moderados. En la Italia misma, en la cumbre del poder de Mussolini, el PCI en el exilio declaró que se estaba ante una situación revolucionaria, y que la dictadura del proletariado era el único objetivo inmediato permisible de la lucha.

Frente a esta precipitación general hacia el desastre, en la que su propio partido estaba implicado, Gramsci rechazó sus posturas oficiales y, en su búsqueda de otra línea estratégica, recordó el frente único. Así pues, el frente único adquiría para Gramsci una nueva relevancia en la terrible coyuntura de los primeros años treinta. Es una negación de que las masas italianas hubieran abandonado las ilusiones socialdemócratas o democrático-burguesas, de que estuvieran en una agitación revolucionaria contra el fascismo o de que pudieran ponerse en pie inmediatamente para movilizarse por la dictadura del proletariado en Italia.

Para aclarar el alcance del cambio en la perspectiva política que intentó teorizar, Gramsci construyó el precepto de la «guerra de posición». Válida para toda una época y una zona entera de lucha socialista, la idea de una «guerra de posición» tuvo pues una resonancia mucho más amplia que la de la táctica del frente único defendida en otro tiempo por la Comintern.

Kautsky y la «estrategia de desgaste»


Karl Kautsky, en una famosa polémica con Rosa Luxemburg, había argumentado en 1910 que la clase obrera alemana, en su lucha contra el capital, debía adoptar una Ermattungsstrategie –una «estrategia de desgaste». Había contrapuesto explícitamente este concepto a lo que llamaba una Niederwerfungsstrategie –una «estrategia de derrocamiento».

La ocasión de su intervención era trascendental. Porque fue con el fin de rebatir la exigencia de Luxemburg de adoptar las huelgas generales combativas, durante la campaña del SPD por la democratización del sistema electoral neofeudal prusiano, cuando Kautsky contrapuso la necesidad de una más prudente «guerra de desgaste» del proletariado alemán contra su clase enemiga, sin los riesgos que implicaban las huelgas de masas.

La similitud formal de la oposición «estrategia de derrocamiento-estrategia de desgaste» y «guerra de maniobra-guerra de posición» es, por supuesto, sorprendente. Kautsky también señaló el predominio de una «estrategia de derrocamiento» (Gramsci: «guerra de maniobra») desde 1789 hasta 1870, y su sustitución por una «estrategia de desgaste» (Gramsci: «guerra de posición») desde la caída de la Comuna.

La respuesta de Luxemburg


Luxemburg denunció «toda la teoría de las dos estrategias» y su «crudo contraste entre la Rusia revolucionaria y la Europa occidental parlamentaria», como una racionalización del rechazo de Kautsky de las huelgas de masas y su capitulación ante el electoralismo. Asimismo, rechazó despectivamente la circunspecta valoración de Kautsky sobre el Estado prusiano, replicando que había confundido su crueldad y brutalidad policíacas con la fuerza política, con el propósito de justificar la timidez para con él.

El debate se extiende a Rusia


El debate en el seno de la socialdemocracia alemana tuvo una continuación pública en la socialdemocracia rusa. Aprobando calurosamente las tesis generales de Kautsky, Martov argumentaba que Rusia no estaba de ninguna forma exenta de sus lecciones. La experiencia rusa era en ese momento esencialmente similar en cualquier aspecto a la experiencia de toda Europa. Cuando se había desviado, en 1905, había terminado en un desastre. La combinación de huelgas económicas y políticas, de las que Luxemburg se vanagloriaba, fue más una debilidad que una fortaleza del proletariado ruso.

La pronta utilización por Martov de las tesis de Kautsky para justificar la política menchevique en Rusia provocó puntualmente una respuesta del bolchevique polaco Marchlewski. El grueso del argumento de Marchlewski era que los bolcheviques en Rusia –contrariamente a las distorsiones de Martov– nunca se habían desviado de la lógica de los preceptos de Kautsky. Por el contrario, escribió Marchlewski, las recomendaciones de Lenin fueron las mismas que las de Kautsky: aplicación oportuna de una «estrategia de derrocamiento» y de una «estrategia de desgaste» en el momento apropiado para cada una».

La fórmula de Gramsci


La estrategia revolucionaria en el caso de Gramsci se convierte en una larga e inmóvil guerra de trincheras entre dos campos en posiciones fijas, en los que cada uno intenta socavar al otro cultural y políticamente. No hay ninguna duda de que el peligro de aventurismo desaparece en esta perspectiva, con su énfasis preponderante en la sumisión ideológica de las masas como objeto central de la lucha, que solamente se ganará mediante la búsqueda de un frente único en el seno de la clase obrera. Es importante ver que Gramsci nunca abandonó los principios fundamentales del marxismo clásico sobre la necesidad final de una toma violenta del poder del Estado, pero al mismo tiempo su fórmula estratégica para Occidente no logra integrarlos.

A semejante juicio debe hacérsele una objeción inmediatamente. ¿Por qué no hubiera podido Gramsci concebir precisamente la estrategia de la «guerra de posición» como preparación para una «guerra de maniobra» decisiva contra la clase enemiga? En este esquema, la guerra de posición de Gramsci correspondería a la fase en que un partido revolucionario intenta ganar ideológicamente (consensualmente) a las masas para la causa del socialismo, antes de la fase en que las conducirá políticamente a la revuelta final (coercitiva) contra el estado burgués. Entonces, la «hegemonía» sería ejercida verdaderamente en el seno de la sociedad civil, en la formación de un bloque de clase de los explotados, mientras que se mantendría la «dictadura» sobre y contra los explotadores, en una destrucción violenta del aparato estatal que aseguraba su dominio.

Una solución falsa


El deslizamiento teórico señalado antes se presenta así de nuevo en el pensamiento estratégico de Gramsci con consecuencias todavía más graves. Porque al invertir directamente el orden de batalla de Lenin, Gramsci relegó expresamente la «guerra de movimiento» a un papel simplemente preliminar o subsidiario en Occidente y elevó la «guerra de posición» a un papel concluyente y decisivo en la lucha entre trabajo y capital.

La asociación de la estrategia de guerra de posición con una uniformidad centralizada de la expresión política no es tranquilizadora. De hecho, la revolución socialista sólo triunfará en Occidente mediante un máximo de expansión de la democracia proletaria: porque tan sólo su experiencia, en partidos o consejos, puede permitir a la clase obrera aprender los verdaderos límites de la democracia burguesa y equiparla históricamente para superarlos. Porque establecer una estrategia marxista en el capitalismo avanzado sobre una guerra de posición y una ética de mando para alcanzar la emancipación final del trabajo es garantizar su propia derrota.

Trotsky y la «guerra de maniobra»


Fue Trotsky quien dirigió junto con Lenin el ataque contra la generalizada teoría de la «ofensiva revolucionaria» en el Tercer Congreso de la Comintern. Fue Trotsky, de nuevo con Lenin, el principal arquitecto del frente único que Gramsci equiparó con su «guerra de posición». Fue Trotsky, no Lenin, quien escribió el documento que fue la teorización clásica del frente único en los años veinte. Y fue sobre todo Trotsky quien proporcionó al movimiento de la clase obrera, oriental u occidental, una crítica científica de las ideas de «guerra de maniobra» y «guerra de posición», en el terreno en que verdaderamente prevalecieron –justamente en la estrategia militar.

Trotsky desenmascaró la falacia que representaba generalizar a partir de la experiencia de la guerra civil, en la cual ambos bandos (no sólo el Ejército Rojo) habían utilizado principalmente la maniobra a causa del atraso de la organización social y de la técnica militar del país. Pero, sobre todo, Trotsky criticó una y otra vez cualquier teoría estratégica que fetichizara ya fuera la maniobra o la posición como principio inmutable o absoluto. Todas las guerras deberían combinar la posición y la maniobra, y cualquier estrategia que excluyese unilateralmente una u otra sería suicida.

Así, habiéndose deshecho de falsas analogías o extrapolaciones tanto en el Ejército Rojo como en la Comintern, Trotsky continuó pronosticando que en un conflicto genuinamente militar entre las clases habría probablemente un mayor posicionalismo en Occidente del que había habido en Oriente. La mayor complejidad histórica de las estructuras económicas y sociales en el Occidente avanzado haría que allí las futuras guerras civiles fuesen de un carácter más posicional que en Rusia.

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